En cada una de ellas podía pasar algo igual que no podía no pasar nada (…) Es lo que yo llamo la alegría de lo imprevisto (…) Justo antes no había nada, justo después ya no hay nada. Por eso es necesario estar siempre preparado (…) a veces es también un tormento, porque esperas cosas que no ocurren o que sucederán cuando ya no estés.Como en un truco de magia, está, ya no está. Aquel día ocurrió, pero podía no haber ocurrido. En Aquel día (Periférica & Errata naturae), el fotógrafo Willy Ronis (1910-2009) rememora esa impredecible conjugación de circunstancias que posibilitó que realizara determinadas fotografía. Si su mirada no estaba atenta, el suceso no era captado, no existía para su ojo (y quizá para ninguno; cuántas acciones pasan desapercibidas). En ocasiones, esa conjugación de luz, formas y gestos, es una alineación que debe ser captada en ese breve intervalo de tiempo que dura, como aquella ocasión que propició su fotografía Metro en la superficie, en 1939, en la que un rostro de mujer destacaba de cara él, al contrario que casi todos los otros rostros que eran más bien nucas. En un momento dado, el instante en que sentí el impulso de hacer la foto, el sol iluminó de repente la cara de la joven, de golpe, acentuando su impresión misteriosa, como de aparición. La luz irrumpe y crea otra relación, que es a su vez un alumbramiento. La fotografía Place Vendome, en 1947, fue el resultado de la sucesión de avistamientos imprevistos. En primer lugar, le llamó la atención el reflejo de la columna en un charco, pero la irrupción de las piernas de una mujer que saltaba sobre el charco determinó que quisiera captar esa otra relación entre reflejo y cuerpo, como una coreografía de materia fugaz y reflejo pétreo.
A veces, las cosas se me brindan con gracia. Es lo que yo llamo el momento preciso. Sé que, si lo dejo pasar, lo perderé, se me pasará. Me gusta esa precisión. Otras veces, le doy un empujoncito al destino, como puede ser la cómplice interacción con quien se muestra dispuesto a realizar una acción para ser captada. Pero sobre todo es la satisfacción de sorprender al mismo azar, como si en la sucesión intercambiable de sucesos se captara lo excepción, la materialización de un encuadre que rebosa significado o emoción, aunque su naturaleza poética sea escurridiza. Me gusta atrapar esos instantes de azar, donde tengo la sensación de que algo sucede, sin saber muy bien qué, y ese algo me perturba una barbaridad. Como aquel día, aquel instante, capturado en Navidad de 1953, Fascinación, que se materializa en una creación que se torna refinado emblema de los difusos límites entre composición pictórica y fotográfica: Al ver estas tres caras pensé en los rostros de Rembrandt bajo ese claroscuro que los vela y los ilumina al mismo tiempo. Están aisladas en la calle. No alteré nada, todo tenía ese tono ennegrecido alrededor.